EL DULCE PORVENIR

Por: Mario Arango Escobar.

EL DULCE PORVENIR (1997). GÉNERO: DRAMA. DURACIÓN: 110’.

Dirección y guión: Atom Egoyan. Intérpretes: Ian Holm, Sarah Polley, Bruce Greenwood, Earl Pastko, Tom McCamus, Caerthan Banks, Gabrielle Rose, Alberta Watson, Maury Chaykin, Stephanie Morgenstern. Título original: The sweet hereafter. País: Canadá. Fotografía: Paul Sarossy. Música: Mychael Danna.

Sinopsis: Adaptación de «El flautista de Hamelin». Los habitantes de un pequeño pueblo de Canadá están conmocionados, acaban de sufrir una tragedia. Un microbús escolar se ha accidentado y sólo han sobrevivido dos personas. Unos días después de este desafortunado acontecimiento, aparece un abogado que va a representar a toda la comunidad afectada en el juicio que se va a realizar contra la empresa que cometió la presunta negligencia…

El singular Egoyan sorprende con un magistral retrato del abismo de la desolación y del sinsentido de la pérdida en esta sensible y conmovedora película, que refleja como pocas la tristeza y el vacío que cunde entre la población de un pequeño pueblo canadiense ante la brutal irrupción de la más dolorosa de las tragedias. Insoportable tranquilidad y desasosiego se alternan en este drama de bello título, que sacude al espectador con estilo, inteligencia y no poca sutileza.

El director canadiense nos acerca al peor de los terrores posibles: el terror cotidiano, ese que surge detrás de noticias como la que desencadena la trama del filme. “El dulce porvenir” es un cuento triste, melancólico, pero sobre todo narrado con una honestidad que resulta muy difícil de ver plasmada en una pantalla y que convierte a la cinta finalmente en una especie de proeza cinematográfica. A lo largo de su metraje, podemos sentir el dolor y la angustia que padecen los padres que acaban de perder a sus hijos en ese accidente, nos identificamos también con los supervivientes enfrentados a un futuro que no parece ser mucho más halagüeño. Ciertamente lo del ‘dulce porvenir’ es pura ironía, pero siempre hay que esperar que lleguen mejores tiempos, siempre queda la esperanza, parece ser el mensaje último del film.

Todo ello se consigue sin recurrir al morbo ni a la estridencia. Egoyam nos invita a adentrarnos en la vida de sus personajes y a convertirnos en espectadores silenciosos de su tragedia. No juzga, no dicta sentencia, porque eso hubiese convertido la película en algo convencional y Egoyam es de todo menos convencional. Todo es suave, ligero, dulce y al mismo tiempo denso y amargo, profundamente amargo. Lo más curioso y original de la película es el tipo de edición o montaje que el director ha querido utilizar. El resultado es una historia explicada de manera no lineal. Así, podremos conocer como si se tratara de una historia contada linealmente y en presente, la vida del abogado que interpreta Ian Holm cuya familia no está atravesando una buena temporada; el suceso del accidente que sacudió el pequeño pueblo canadiense; y, finalmente, la visita que le hace el abogado a su hija, cuyo viaje en avión ocupa toda esta parte.

El montaje y los lentos y lánguidos movimientos de cámara encajan particularmente bien con la fotografía (contraste de colores, el blanco pureza, luz cálida en ocasiones…) el realismo en la representación de los sentimientos, la onírica música, las interpretaciones, la historia que se nos cuenta y con la forma casi hipnótica que tiene este director de construir las emociones.

El juego en el tiempo es utilizado por Atom Egoyan para combinar sensaciones, cargando el pasado de nostalgia, a través de escenas tan líricas como esa en la que el abogado recuerda aquel sereno amanecer junto a su mujer y bebé, con un presente amargo y doloroso, con una realidad desalentadora que se nos presente en la gran parte de los planos del filme.

Los personajes están construidos a partir de las contradicciones, apariencias, dobleces… No son meros arquetipos.Capítulo aparte merece el protagonista de la película, un personaje magistralmente escrito y todavía mejor interpretado por un soberbio Ian Holm. Para destacar también, la maravillosa interpretación de  Sarah Polley  que aquí vuelve a demostrar todo su talento.

Para ir acabando, y como exposición del talento narrativo de Egoyan, gran guionista además de director (aunque la originalidad del guión de “El dulce porvenir” la comparta con una novela de Russel Banks), me gustaría analizar brevemente el trato que se le da en la película a la fábula del flautista de Hamelín. Partiendo de la base de que todos los lectores conocerán el relato, vayamos descifrando las múltiples relaciones que se establecen entre este y el guión de Egoyan. Sin ningún orden concreto, empezaría refiriéndome a un paralelismo en el que los niños del pueblo de la película se identificarían con los niños de la fábula, ambos alejados de los brazos de sus padres, llevados a un lugar imposible (el fondo de un lago congelado o el interior de una montaña mágica) de la mano del flautista de Hamelin. Lo que resulta menos obvio es quien juega el papel del flautista en la película, podría ser Dolores como conductora del bus o una fuerza impulsora del destino fatal de los niños. Otra referencia la podemos encontrar en el personaje de Mitchel Stevens  que como el flautista hace con los niños de la fábula, intenta embaucar a los habitantes de la película para que le sigan en su ansia de dinero utilizando despiadadamente la fragilidad que el dolor de la tragedia ha llevado a sus vidas. Escarbando y rebuscando en los diálogos de la película podría encontrarse otra posible conexión, según la cual la gente del pueblo se vería emparentada con el personaje del flautista cuando éstos, furiosos y desorientados, clamasen venganza por la muerte de sus hijos, igual como el flautista se siente injustamente tratado cuando no se le paga por la desratización del pueblo.

Por último encontramos la relación entre filme y fábula que acapara la mayor parte de la atención durante el último fragmento de película, aquella según la cual podemos observar a Sam embrujando a su hija, abusando sexualmente de ella mientras le hace promesas apasionadas, convirtiendo su historia en un cuento de hadas, un cuento de pajares iluminados con velas. Como el flautista, Sam conduce a su hija a la perdición sin el conocimiento de esta, solo la tragedia, de la que es la única niña superviviente, permitirá que Nicole, al igual que el niño cojo que se queda solo fuera de la montaña que engulle a los demás niños de la fábula, adquiera conciencia de una realidad triste y decepcionante. Cabe apuntar que Egoyan se mantiene cuidadosamente distante del conflicto moral que suscita un tema como el incesto, y así Nicole no se vuelve en contra de su padre como un castigo por sus abusos, sino por no cumplir las promesas que un día le hizo, por no seguir amándola como la amaba.

Atom Egoyan tiene el don de la narrativa. La magia de «El dulce porvenir» es que el director abre distintas líneas temporales que entrelaza para explicar una historia de forma completa y desde todos los puntos de vista. De este modo, unas sirven de apoyo a las otras, en el sentido que les dan consistencia dramática y aportan un toque filosófico al drama. La película nos demuestra cómo el cine puede interferir en la emoción de una forma limpia y pura. El filme es implacable, doloroso, áspero y profundísimo; brilla y conmueve en justa medida, con genuino recursos del buen cine.

1997: 2 Nominaciones al Oscar: mejor director, guión original.
1997: Festival de Cannes: Gran Premio del Jurado, Premio Jurado Ecuménico, FIPRESCI.
1997: Seminci: Espiga de Oro: mejor película.
1997: National Board of Review: mejor reparto.
1997: 4 premios de la Asociación de críticos de Toronto, incluyendo director, película.
1997: Festival de Toronto: mejor película canadiense.

ATOM EGOYAN

Nació en 1960 en El Cairo (Egipto). A los tres años se trasladó con su familia a Victoria, Columbia Británica (Canadá). Estudia guitarra clásica y en 1982, se licencia en relaciones internacionales por la Universidad de Toronto. Pero su futuro diplomático se difumina cuando empieza a escribir obras de teatro y, sobre todo, a dirigir cine. Rueda su primer corto, “Howard in Particular” en 1979. En 1982 escribe, dirige y produce de forma independiente (con dinero de una beca que recibe del Ontario Arts Council), la pieza de 25 minutos “Open House”.

Debuta con el largometraje “Next of Kin” en 1984. Un joven, infeliz en su hogar, decide presentarse ante una familia armenia como el hijo que años atrás dieron en adopción (y por lo que ahora se sienten culpables) iniciando así un siniestro juego de falsas identidades y representaciones. Con este filme es nominado al Genie, el Oscar de la industria canadiense. En 1987, escribe y dirige “Family Viewing”, enfrentamiento paterno-filial por la actitud del padre, quien sustituirá por imágenes pornográficas caseras los vídeos familiares en los que aparecía la madre de su hijo.

En 1989, participó en la Quincena de Realizadores de Cannes con “Partes parlantes” (Speaking Parts), que trata de la búsqueda de una guionista del actor que interprete el papel de su difunto hermano. “El liquidador” (The Adjuster, 1991) es una fascinante reflexión sobre un mundo construído sobre imágenes y representaciones (cómo de equívocas pueden ser las apariencias). En “Calendario” (Calendar, 1993) un fotógrafo canadiense y su mujer, ambos de origen armenio, viajan a su país natal para  hacer un calendario. Durante su estancia, la pareja sufre una crisis y se separan.

Pero es con su siguiente película, “Exótica” (Exotica, 1994) «rompecabezas en torno a cinco personajes alrededor de un local de strip-tease; cuando llega su consagración definitiva como indudable autor de extraordinario estilo. “El dulce porvenir” (The Sweet Hereafter, 1997) adaptación de «El flautista de Hamelin», partiendo del accidente de un bus escolar, Egoyan bucea en el sentido del dolor y en las relaciones humanas, subrayando lo absurdo de buscar culpables en las desgracias que nos acontecen.

“El viaje de Felicia” (Felicia’s Journey, 1999) narra las peripecias que tiene que enfrentar una adolescente, cuando al darse cuenta de que está embarazada, decide ir en busca de su novio. Ararat (2002), reflexión sobre el conflicto de Armenia y Turquía a través de la historia contemporánea de dos familias separadas y su búsqueda de la reconciliación y la verdad, Adoración (Adoration, 2008) Narra la historia de un adolescente huérfano que intenta reconstruir la verdad sobre su padre fallecido. “Chloe” (2009), es la historia de Catherine, quien sospecha que su marido la engaña. Con el fin de acallar sus sospechas y temores, contrata a una joven que ponga a prueba la fidelidad de David.

El cine de Egoyan es un cine intelectual, conceptual, disciplinado y exigente con el espectador, que produce un (buscado) efecto de extrañeza. Pero si uno logra sumergirse entre sus múltiples lados y aristas, estará ante una de las mayores experiencias que el cine contemporáneo pueda ofrecer. Apoyándose siempre en unas películas construídas sobre la base de las emociones, su obra penetra sistemáticamente en el dolor de unos personajes desgarrados por las ausencias.

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