LA FORTUNA DE VIVIR

Por: Mario Arango Escobar.

LA FORTUNA DE VIVIR. (1999). GÉNERO: COMEDIA-DRAMA. DURACIÓN: 110’.

Dirección: Jean Becker. Guión: Sébastien Japrisot. Intérpretes: Jacques Villeret, Jacques Gamblin, André Dussollier, Michel Serrault, Isabelle Carré, Eric Cantona. Título original: Les enfants du marais. País: Francia. Fotografía: Jean-Marie Dreujou. Música: Pierre Bachelet.

Sinopsis: Tras la Primera Guerra Mundial, cuatro amigos llegan a la conclusión de que el paraíso se encuentra en el campo. Y tienen razón. Estos hombres de las marismas viven el día a día tranquilamente, con sus sueños, sus pequeñas inquietudes y angustias, sus pequeños placeres y por encima de todo, la amistad que comparten.

Jean Becker, que adapta una novela de Georges Montforez, rodea a los dos protagonistas de tipos entrañables, amigos también: Amedée, soñador y devorador de libros, enamorado inconfeso de una viuda; Tane, el maquinista del tren; y Pépé, un anciano rico, dueño de una próspera fábrica, que logró salir de la miseria de las marismas pero que no ha abdicado nunca de sus convicciones.

El director primero presenta a la pareja protagonista, Garris y Riton (el maravilloso Jacques Villeret de «La cena de los idiotas») recogiendo flores en un hermoso pantano para venderlas en el pueblo cercano. Desde el primer momento, y sin necesidad de discursos trascendentes ni malabarismos formales, se siente que entre los dos hay una amistad muy especial: Garris, un hombre inteligente y maduro, vive en el campo una vida sencilla con la que intenta superar un pasado tortuoso; Riton, perezoso y entrañablemente desastroso, bebe para olvidar el abandono de su mujer, que lo ha dejado con tres chiquillos.

La fotografía, el paisaje de la Francia de provincias de principios de siglo, la inmensa humanidad de los personajes… todas las piezas de la película se ensamblan en una atmósfera suave y luminosa, que va envolviendo poco a poco al espectador.
Un maravilloso canto a los pequeños placeres de la vida que son los que dan la felicidad, una loa a la amistad con el marco incomparable de un onírico pántano cerca de un idílico pueblo donde la vida pasa lenta, pero deliciosamente envuelta en un halo de nostálgica sencillez. La historia sucede durante un verano de los años 20 en Francia y es contada por una niña que vive con su padre en una cabaña junto a un pántano.

La historia que cuenta detrás es fantástica toda ella, con momentos de comedia y toque de humor y otros momentos que se nos encoje el alma, todo ello con una clara intención detrás de ella, hacer ver al espectador lo grande que es la vida y estar vivo.

Ayuda a este resultado la soberbia fotografía de Jean-Marie Dreujou y la dulce música de Pierre Bachelet, elementos imprescindibles para transmitirnos este relato de personajes que se quedarán en la memoria del espectador.

La película,  tiene un marcado carácter coral y su virtud principal radica en la excelente dirección de actores que exhibe Jean Becker. Los personajes están cuidados y mimados hasta el último segundo, todas sus decisiones se entienden, porque son naturales como la vida misma, como nuestros vecinos o como nosotros mismos. Excelente interpretación de los cuatro actores principales: Villeret, Gamblin, Dussollier y Serrault.

La historia que vemos en  “La fortuna de vivir” es bien sencilla, aunque eso no significa que no pasen cosas que suceden, pero son hechos cotidianos. Becker destaca el valor de lo pequeño, del suceso que aparentemente no tiene importancia. «Tengo cuatro hijos –explica– y quería legarles el recuerdo de una época en que la felicidad estaba en las cosas pequeñas». Becker nos describe toda esa realidad de un modo elegante, con una cuidada puesta en escena, mediante la utilización frecuente de planos cortos.

Habla sobre la libertad (y la ausencia de ella) rescata los valores de la amistad, la humildad, la dignidad, el respeto. Pero más que todo esto, la película es una interesante reflexión sobre el mundo de los adultos (lleno de edificios, trajes, trenes, autos, etc.) y el de los niños (girando sobre una rueda hasta marearse, con el pántano como fondo). Como si Becker quisiera llamar la atención sobre el mundo contemporáneo y la inversión de las relaciones entre las personas y los valores que animan una sociedad, sus personajes no conocen de clase social o económica.

JEAN BECKER

Nació en París (Francia) en 1938. Empezó su carrera como asistente de  dirección  de su padre, el legendario Jacques Becker. Luego colaboró con los mejores cineastas franceses,  como Julien Duvivier o Henri Verneuil.

Debutó como director en 1961, con “Un tal La Rocca” (Un nommé La Rocca) drama que nos presenta a dos amigos, condenados a prisión por estar implicados en el asesinato de una banda rival. Cuando salen de la cárcel se muestran dispuestos a cambiar de vida, pero el pasado acabará marcando su destino. Posteriormente realiza “A escape libre” (Échappement libre, 1964) la historia de David, un contrabandista de diamantes que se enamora de una hermosa mujer, que le involucra en el  contrabando de oro en África. Ambas con Jean-Paul Belmondo de protagonista.

Tras dirigir la comedia “Pas de caviar pour tante Olga” (1965) y la exitosa serie de televisión «Les Saintes Chéries», hace una larga pausa de casi veinte años antes de regresar al primer plano del mundo cinematográfico con “Verano asesino” (L’été meurtrier, 1983) película en la cual una joven pretende vengarse de los hombres que violaron a su madre.

En 1995, realiza “Elisa” es la historia de Marie cuya madre se suicida cuando aún es una niña. Sus abuelos la acogieron y la llevaron a un reformatorio, donde encuentra a dos amigos con los cuales conforma su verdadera familia. Tras la gran acogida por parte de crítica y público de “Elisa”, el cine de Becker se vuelve más personal y se separa definitivamente del estilo de su padre, derivando en comedias dramáticas sobre la vida sencilla, como la aclamada “La fortuna de vivir” (Les enfants du Marsais, 1998) y “Los jardines de la memoria” (Effroyables jardins, 2003) a partir del libro homónimo de Michel Quint. En este film se nos cuenta la historia de Lucien, que a sus catorce años no entiende por qué su padre, un maestro serio y respetado, hace el ridículo representando un número de payaso en el parque del pueblo, hasta que llega el día en el cual el mejor amigo de su padre, le devela el secreto que se oculta tras este ritual.

En “Conversaciones con mi jardinero” (Dialogue avec mon jardinier, 2007) un reconocido pintor decide regresar al pueblo de su niñez. Allí se encuentra con un compañero de colegio, que termina siendo su jardinero, entre ambos surge una amistad que trae enseñanzas para ambos.

En el 2008, presenta  “Dejad de quererme” (Deux jours à tuer). Se trata del drama que vive Antoine, un cuarentón de éxito, casado, y padre de dos hijos. Un día en una reunión de negocios se sale de casillas, y su vida modelo comienza a cambiar y a desmoronarse.
“Mis tardes con Margueritte” (La tête en friche, 2010) narra el encuentro entre un hombre elemental, casi analfabeta. Un día, Margueritte, una anciana muy culta, le hace descubrir el universo de los libros y las palabras, a partir de aquí, su relación con los otros y consigo mismo va a cambiar radicalmente.

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